Puntuales. Las agujas de bambú de nuestro reloj solar así
nos definían. Nos sentamos a esperar en los sillones de piel de plátano,
mientras aguardábamos a que el resto de nuestros amigos aparecieran por completo. Un rato
después, saldríamos a caminar por el bosque mientras se iba almacenando en las
paredes la luz que entraba por la claraboya. Así, por la noche tendríamos iluminación y podríamos leer,
jugar a las cartas e inaugurar el parchís humano que había inventado Ana.
Fue llegando, por piezas, cada
persona invitada. Tenían que volver a irse e intentarlo de nuevo, dada la
novedad de aquella manera de viajar. Algunas por sus pies, otras por sus manos.
Una tuvo que regresar para recuperar su oreja izquierda. Hasta para teletransportarse en el año 2040 había
que tener arte.