Me lo repito y vuelvo a caer en lo mismo.
Una y otra vez.
Tú no puedes hacerte responsable de la gente
que no tiene pareja,
que no tiene madre,
que no tiene ganas de vivir...
Tampoco eres culpable de lo que
otras personas reflejen en tu existencia,
o cómo se sientan cuando tratas de pensar en ti,
lo cual intentas aprender después de 34 años.
Me lo repito.
Vuelvo a caer en lo mismo.
Vuelve a dolerme
algún punto del cuerpo que no distingo
si es estómago, riñón, ovario o que sé yo.
Me lo repito.
Vuelvo a caer en lo mismo.
Decido que voy a tratar de ser honesta conmigo
pensando en el resto a la vez,
y que si me siento mal después,
seré sincera con quien sea
y le diré:
"Lo siento mucho.
Perdón si te hice sentir mal;
me equivoqué".
Entonces me doy cuenta
de que,
de nuevo,
he vuelto a caer.
Y me encuentro dándole vueltas
a que el fin de semana hubo aquí una visita,
y por cansancio, desgana,
pérdida de tiempo acumulada,
desorganización, desidia y un poco de falta
de saber decir que no, no le dediqué
suficiente tiempo a él.
El domingo se iba pronto,
y me sentí muy mal, joder.
Qué puta manía.
Que vuelvo a caer.
¿Es eso lo que me fastidia
o es que hay algo que me jode
en la falta de planificación
y en la poca productividad
durante la semana
que me llevó a estar así
en viernes y sábado?
Tal vez.
Lo retomaré.
Respiro hondo.
Solo hay dos frases que me tranquilizan
en este punto.
La primera es que somos una mera anécdota
en la vida de los demás.
La segunda es que,
si pienso que hacerlo peor es imposible
(boicoteando al máximo a mi ser)
indudablemente solo existe una opción:
lo haré mejor la próxima vez.