Comenzaré este texto pidiendo disculpas por hablar en su nombre.
Pero es que estoy segura de que ella no.
De que ella no querría que tu vida hubiese terminado con ella.
Igual que no quería que ninguno de sus sobrinos muriésemos por amor.
Igual que no quería que la vida de la tía acabase al fallecer la abuela.
Quizás sientas que todo ha acabado, pero tú sigues viviendo.
Tienes una sola vida.
Y te mereces lo mejor que tu existencia pueda darte en cada momento.
¿Lo mejor sería ella? Sí, sin duda. Pero ella no está. Y tú sigues mereciendo lo mejor.
No puedes ni debes sentirte culpable por ello.
Estoy segura de que hay un trozo enorme de tu corazón que le pertenece
y eso siempre va a ser así. Lo vivido con ella está intacto y permanecerá.
Un amor tan grande como el existente entre vosotros no tiene fecha de caducidad, pase lo que pase.
Así que, por favor, no tengas reparos. Te lo pido por ella.
Lee, pinta y cocina. Pero no te pospongas en otros aspectos, no te machaques, no te cierres.
No le estás faltando al respeto a nadie, estás viviendo y no tienes que pedir perdón ni permiso.
Ella era especial y vuestro vínculo era único. De acuerdo.
Ella, sin estar, forma parte de ti, al igual que vuestra relación. Continuarán ahí hagas lo que hagas.
Así que date todas las oportunidades. Son solo tuyas.
Una persona que reparte felicidad y buen rollo a todo el mundo no necesita que hablen en su nombre.
Pero seguiré haciéndolo, como su ahijada que soy. Si buscas en lo más profundo de ti, tendrás claro como yo que ella no querría esto.
¿Sabes una de las cosas que me enseñó la tía a través de su ejemplo? Que hay que dar a los demás la mayor felicidad y paz posibles, independientemente de lo que recibamos.
¿Sabes lo que yo pienso algunas veces, cuando me siento culpable o mal? Pienso que vivir o tratar de alcanzar lo mejor, de exprimir esto al máximo, de aprovechar, es una forma de honrarla a ella y a otros que no tuvieron elección. No elegimos quedarnos, pero tenemos que rendir pleitesía a quienes no pudieron hacerlo. Y eso solo puede hacerse viviendo con sus lecciones y enseñanzas presentes.
Si hay algún lugar desde el que ella nos observa, estoy segura de que a todos nos habla y de que a ti te está diciendo, con su voz calmada y perfecta para la radio: "A*******, A*******, sigue con tu vida".
Y a mi madrina, tú ya lo sabes, no se le puede decir que no.
Y aquella nochebuena faltaban tu
plato, tus cubiertos y tu copa. Tampoco había silla para ti, ni regalos
envueltos ni tarjeta de felicitación.
Ni tu voz radiofónica; ni tus
preciosas manos. Tus pupilas se ausentaban, por supuesto, también.
Allí estábamos todos, rotos en
mitad de los recuerdos, contemplando callados las dos palmeras que plantaste en
el jardín mucho antes de que apareciera el monstruo. Ellas nos observaban
tristes de vuelta.
Mirar a las palmeras o al cielo a
través de la cristalera no nos bastaba. Es imposible que así sea cuando alguien hace de hada madrina a jornada completa, queriendo a los demás de mil maneras distintas
y por cientos de razones diferentes en las que nadie más es capaz de reparar.
La mezcla de alegría por haberte
disfrutado y de pena por perder tu abrazo enrarecía el aire en el salón. Costaba
respirar y, entonces, te pronunciaste. Algo que los más pequeños de la familia
no sabían identificar comenzó a caer y en apenas unos minutos cubrió las hojas
de las palmeras. Era un hecho histórico. Desde la última vez habían pasado cuarenta
años. Todos sonreímos y tu hermana logró llevar a las palabras lo que el resto de la familia sentía. Tu mirada era tan limpia y tu alma tan pura que, en la primera navidad sin ti, nevaste.