El más pulcro de este mundo. Así era tu corazón.
Y aquella nochebuena faltaban tu
plato, tus cubiertos y tu copa. Tampoco había silla para ti, ni regalos
envueltos ni tarjeta de felicitación.
Ni tu voz radiofónica; ni tus
preciosas manos. Tus pupilas se ausentaban, por supuesto, también.
Allí estábamos todos, rotos en
mitad de los recuerdos, contemplando callados las dos palmeras que plantaste en
el jardín mucho antes de que apareciera el monstruo. Ellas nos observaban
tristes de vuelta.
Mirar a las palmeras o al cielo a
través de la cristalera no nos bastaba. Es imposible que así sea cuando alguien hace de hada madrina a jornada completa, queriendo a los demás de mil maneras distintas
y por cientos de razones diferentes en las que nadie más es capaz de reparar.
La mezcla de alegría por haberte disfrutado y de pena por perder tu abrazo enrarecía el aire en el salón. Costaba respirar y, entonces, te pronunciaste. Algo que los más pequeños de la familia no sabían identificar comenzó a caer y en apenas unos minutos cubrió las hojas de las palmeras. Era un hecho histórico. Desde la última vez habían pasado cuarenta años. Todos sonreímos y tu hermana logró llevar a las palabras lo que el resto de la familia sentía. Tu mirada era tan limpia y tu alma tan pura que, en la primera navidad sin ti, nevaste.
https://www.youtube.com/watch?v=TOgCeRQvzoY
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