Nunca voy a querer igual que te quiero a ti.
Es un amor tan diferente.
Esta manera de quererte no la voy a volver a alcanzar. Lo sé.
Hablo en presente porque eso va a quedarse así, pase el tiempo que pase. Estoy segura.
Algunas personas me han preguntado si querría otro perro en unos meses...
No. No lo quiero, porque ninguno serás tú y porque a ti no te gustaban.
De hecho, no tengo claro si te alegrará saber que vamos a donar a otros tus cosas.
Espero que así sea y, si no, disculpa.
¿Eras especial?
Sí. Un labrador al que le da miedo el agua o no le gustan los otros perros es raro.
Con la excepción, por supuesto, de aquella boxer primero y aquella labradora tiempo después.
Ahí no gruñías; se te iluminaban los ojos.
No quiero olvidarme de tu preciosa cara, esa que hacía que te parasen por la calle hasta el último día.
Más de quince años y medio de amistad, amor y compañía.
Casi dieciséis.
Llevo dos semanas convenciéndome y convenciendo al mundo de que era lo mejor.
Que tu cuerpo ya no podía más; que tus ganas de vivir le sacaban mucha ventaja.
Estoy segura de que no querías irte.
Te habrías quedado sufriendo lo insufrible al lado de papá y mamá.
Lo sé, mi bebé.
Pero no lo podíamos permitir.
Confieso que he olido tu colchón y que he guardado una pizquita de tus pelos.
Que cada día intento recordar cómo era tocarte, varias veces para que no se me olvide.
Que me pongo tus vídeos para no olvidar tu ladrido, tus ojitos, tu postura o tu movimiento al andar.
Parezco una loca, soy consciente.
Pero es que me cuesta mucho una vida sin ti...
Y es que llegaste para cambiarnos a todxs.
Fuiste, eres y serás nuestro arcoíris.
Viniste para salvarnos tras la tormenta.
Para enseñarnos lo bello cuando no éramos capaces de verlo.
Para hablarme de responsabilidad sin emitir sonido alguno, y aunque me costara años comprenderlo.
Nos hiciste reír cuando estábamos llorando... y llorar de la risa.
Aguantaste con dignidad desde tirones de cola infantiles hasta viajes interminables.
Incluso un curso de adiestramiento oficial donde lo aprendiste todo, y con matrícula.
Todo, menos soportar a los de tu especie.
Para qué, si ya tenías una vida que amabas. No necesitabas más.
La playa, por ejemplo, te encantaba.
Sobre todo, cavar muy pegadito a las sillas y levantar arena a tutiplén.
Revolcarte mucho, también.
Y no podías evitar ladrar cuando alguien se metía en el mar.
Sobre todo si era mamá. Te daba miedo perderla, es lógico.
Si te dejaban, entrabas al baño detrás de ella o de papá y, cuando podías, te metías con él al despacho.
Sacaste tantas risas a tantísima gente, que sería imposible pagarte. Ni en cien vidas.
Siempre diré que mi amor fue indigno de ti; el tuyo hacia el mundo se elevaba metros por encima.
Trajiste esperanza a nuestras vidas.
A B y a mí nos enseñaste lo que era tenerte y nos curaste decenas de veces, sin saberlo.
A mamá la sanaste entera y le convertiste el trauma en amor puro e inesperada pasión por los perros.
A papá le regalaste un plus de alegría diaria en la casa y en el corazón.
Gracias por enseñarnos la incondicionalidad. Gracias por enseñarnos la nobleza.
Gracias por ser un compañero para cada unx de nosotrxs.
Gracias por entendernos y por leernos, en puro texto y entre líneas.
Gracias por mostrarnos que todo el mundo merece que le recibamos con alegría; que luego, ya se verá.
Gracias por sobrevivir a las lombrices con apenas semanas, cuando el mundo te desahuciaba.
Supimos entonces que lucharías por encima de lo que tu cuerpo te dijera, y así ha sido.
Gracias por ser tan comilón desde chiquitito, y no despreciar una sola jeringuilla de yogur.
O un solo gramo de pienso, hasta unos días antes de irte.
Gracias por todos tus pelitos por la casa.
Gracias por el último regalito de la playa.
Gracias por todo.
Ojalá haya un cielito de perros. Porque te lo mereces.
Un lugar donde puedas comer yogur, chuches, carne y manzanas sin límites.
No te deseo ensalada porque era lo único que no te gustaba.
Un lugar donde no haya que tomar una sola pastilla porque no te haga falta.
Un lugar donde no haya osteoartrosis, ni bronquitis, ni glaucoma, ni cataratas.
Un lugar donde no haya que bañarse apenas y te tiren muchas pelotas.
Donde haya gente cocinando todo el día para que puedas oler a comida.
Un lugar donde te cepillen mucho.
Un lugar donde muchas personas pasen a saludarte, y todas te rasquen justo entre el lomo y la cola.
Un lugar donde puedas pasear clavando las uñas en el suelo cada vez que te apetezca.
Un lugar donde haya muchos sofás a los que (y desde los que) saltar.
Un lugar donde no tengas que vivir ni un solo segundo de dolor...
En octubre, cuando te pusiste tan mal, sentí que una parte de mi corazón se moría.
No podía dormir porque veía que no te quedaba tiempo. Y conseguimos alargarlo un poco más.
Esos casi siete meses han sido un regalo que nunca podré agradecer a Tania lo suficiente.
Y a mi familia, por confiar y por intentar cuando cualquiera se habría rendido.
Justo ahí comprendí algo que no había querido asumir: estabas en el descuento.
Toda tu vida cuidaste a ratitos de papá y mamá, hasta que solo ellos podían cuidar de ti.
De nuevo, gracias.
Ahora tengo que dejarte ir.
Y aquí estoy, escribiéndote algo que nunca podré leerte, pero que tampoco entenderías.
No porque sea complejo para ti, al contrario.
Tu lenguaje del amor es tan alto...
Debe estar, como mínimo, a la altura que se percibe el arcoíris.
Ese que aparece entre el sol y la lluvia. Como tú, cuando viniste y cuando te fuiste.
Tú, pequeño Samuel. Nuestro arcoíris eterno.
Aquí está una pequeña muestra , mi bebé Samuel Samuel L. Jackson Jacksonian Bombón Chocolate con piña Piñita Pollito Wendy Wendolín Pepe Guardiola Guardiolino Pequeñín Simpático Lindo Lindapolindo Manzanita Chiquitajontas.