jueves, 3 de septiembre de 2020

Ayer soñé

que mis padres se morían repentinamente, primero uno y después otro.

No recuerdo el orden. Ni quiero.

El sueño, o más bien la pesadilla, era tan duro y tan triste

que mi mente ha tratado de borrar todo lo posible.

Y luego despierto y veo.

Veo alrededor.

Y me avergüenzo.

No imagino mayor sufrimiento que el del sueño.

Ninguna otra cosa me importaba en él.

Y me avergüenzo.

No quiero más chorradas.

No quiero más cosas de cristal, de esas que pueden romperse.

Ni literal ni metafóricamente.

Y me avergüenzo.

Quiero perpetuar la bondad, la reciprocidad y las ganas en todo.

Y quiero felicidad.

Mucha.

Como la que he tenido hasta ahora y no he sabido ver.

2 comentarios:

  1. Que cierto . Ahí , en ese momento ...es cuando realmente ves lo importante de la vida . Disfrutar lo que tienes sin lamentarse de lo que no ...para luego no tener que decir “era feliz , y no lo sabía”.

    Que bien escribes .

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  2. Que cierto . Ahí , en ese momento ...es cuando realmente ves lo importante de la vida . Disfrutar lo que tienes sin lamentarse de lo que no ...para luego no tener que decir “era feliz , y no lo sabía”.

    Que bien escribes .

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