Paré de correr y me puse a estirar las piernas sobre una verja.
Al otro lado de la misma, un mirlo me hablaba.
Su color negro azabache me tenía maravillada.
Su pico, sus ojos, su tono.
El mensaje era lo de menos.
Conversaba y me miraba.
Pude contemplarlo hablando.
Me quité lentamente los cascos.
Escuché su voz.
Hasta que agoté el tiempo del reloj.
Entonces tuve que cambiar de pierna
para estirar.
Traté de moverme lentamente
para que no lo notara.
Pero incluso cuando emprendió el vuelo,
asustado por el temblor de la verja,
el mirlo
todavía
me hablaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario