Hoy me reafirmo: tener descendencia en Madrid o Barcelona tiene más de odisea que de deseo para mí.
Afirmo, prometo, juro que lo admiro, pero es algo que no va conmigo.
Y así lo recomiendo: a quien pueda, que evite hacerlo.
Esta tarde, en la ida y en la vuelta de una cita médica, coincidí respectivamente con la hora de salida de guarderías y colegios.
Reparo cero, un bebé que no deja de llorar y cuyo padre o cuidador tiene que bajar del bus paradas antes de la que le toca. "Vaya la que estás dando...", murmura mientras se apea con el carrito. Acto seguido, sube una niña de unos dos o tres años, llorando a moco tendido que quiere ir con su "mamá", lo que nos hace plantearnos al bus entero quién es la mujer que va con ella. La niña insiste, por lo que la mujer le promete llamar a la madre por teléfono y la niña accede a calmarse. Me bajo para ir a mi cita, luego volveré a tomar el bus.
Primer reparo, una madre muy calmada y pacífica con una hija adolescente y un hijo algo más pequeño.
La hija la escuchaba y razonaba con ella pero, en un momento dado, tuvo que levantarse hacia donde estaba sentado el hijo, elevar la voz amenazarle con que se tendrían que bajar del autobús, que el modo en que él se comportaba no era el adecuado. Acto seguido volvió a conversar calmada y pacíficamente con la hija.
Segundo reparo, una cuidadora con su hijo y la niña a la que cuidaba, ambos de una edad similar. Hartazgo del que se puede palpar con los dedos, cansancio masticable a kilómetros y ganas infinitas de llegar ya a destino. Ambos niños, sentados uno delante de la otra, demandan su atención constantemente. Ella lo hace en base a preguntas y a movimientos que la ponen en peligro; él, sacándola de quicio con razonamientos que dan por hecho cosas que no van a ocurrir pero él quiere que pasen. No me imagino el pico de estrés de esa mujer. "¿Puedes darme los...?", y la mujer lo intenta, pero está a punto de caerse con los movimientos del autocar, por lo que le contesta a la niña que ahora mismo no, que luego. "Ahora iremos a allí, y cogeremos la bicicleta para que pueda...", dice él con un tono suave y pausado, "no, no voy a subir a por la bicicleta, no seas pendejo [o algo similar]", le contesta a su hijo elevando la voz. Confiesa en alto que está cansada, como si se lo dijese al aire, y suspira. El tono vuelve a elevarse cada vez que los niños tratan de salirse de lo establecido, y finalmente termina instaurándose. Por último, la mujer les dice que dejen de sacar cosas, que ya se van, y se marchan.
Tercer reparo, una madre simpática, alegre, el tipo de madre que imagino que sería yo (aunque habría que verlo). Esa madre explicaba algo antes al hijo de la madre calmada y pacífica. El niño es de una edad intermedia, unos 10 años. No les escucho bien hasta que van a bajarse y se sitúan a mi lado. "Yo ahora iría a judo a preguntar", dice ella. El niño le contesta:" Nooo, vas mañana". Y ella dice que vale. Al prepararse para bajar:"Mamáaaa, que la mochila quiero cogerla yo". La madre se la da sin problema. "Toma, toma", y le da algunas indicaciones: "Ponte esto así, el pelito de tal manera, que a lo mejor estás incómodo...", El niño la interrumpe y protesta de nuevo, no está de acuerdo con que le dé instrucciones, o eso le parecen a él. Y terminan bajándose.
Luego ya no oigo nada, voy pendiente de cuál es mi parada y de no pasarme.
De camino a casa, solo puedo pensar que si esto de la maternidad ya es difícil, en las ciudades grandes hay que elevarlo al cuadrado.
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