Ante el espejo hay una extraña.
Se le dice: quiéreme.
Pero ella no hace nada.
Se encoge de hombros;
parece cansada.
Como si fuera a cerrar los
ojos en cualquier momento;
como si no tuviera ganas.
Le duelen las piernas;
le aprieta el pijama;
le chinchan las uñas;
le molesta el alma;
su mente incomoda
a su cuerpo en la cama
como si de dos hermanos
mellizos
que comparten litera se
tratara.
Y el problema fundamental,
es que esa que se observa
no consigue averiguar
qué es y por qué será.
¿Habrá un millón de motivos?
¿O con uno bastará?
Media hora de calor
y casi a punto de llorar
cae en la cuenta de una cosa:
mientras una sola persona
sea más importante
en su vida diaria
que ella misma
algo siempre va a fallar.
Entonces se promete,
que va a aprender a amarse
por encima de todas las cosas
y por delante de los demás;
que va a cubrir sus necesidades
en todos los niveles:
físico, psíquico y emocional;
que va a anteponer sus planes
a los de cualquiera.
Que ha llegado la hora
de plantarse ante su reflejo para,
en lugar de decirle 'quiéreme',
a esa extraña que contempla,
declararle amor incondicional
a su única eterna compañía vital
y gritarle cada mañana, al mirarla:
“Hoy tampoco te pienso fallar”.
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