Tenías que haber impreso la solicitud en casa.
Tenías que haber.
Pero no lo hiciste.
Y en lugar de lamentarte.
Has peleado con ellos porque admitieran tu solicitud extemporánea y en mala forma, pero no tenías ni pruebas ni probablemente la razón, pese a que ellos no lo hayan puesto fácil desde el principio (no funciona la sede electrónica, no son claros en las bases y todo hay que hacerlo presencial).
Pero no es el puesto de tus sueños.
Y cuando has visto que ibas a emplear más tiempo infructuoso en pelear (como siempre), luchando por acceder a hacer fotocopias, llevar cafés y recoger acreditaciones, en lugar de dedicarlo a otro aspecto más útil y satisfactorio de las cosas que ya tienes... te has rendido.
Una rendición que, bien mirada, profundamente examinada, no es más que una victoria.
A veces ocurre esa magia.
Absorbes los nutrientes y sueltas lo demás.
Como tu aparato digestivo cuando funciona bien, que no todo el mundo tiene esa suerte, y los que disponen de ella no tienen por qué conservarla todo el tiempo.
Aprendes.
En este caso, aprendes un montón de cosas.
Aprendes que las bases hay que leerlas con detenimiento y cogerlas por la zona más clarita, esa que no escapa a ninguna mente adormecida.
Aprendes que Correos y el correo administrativo siempre son buenos recursos para presentar en fecha y luego subsanar.
Aprendes que los plazos están para cumplirlos, que vale mucho más hacerlo el primer día que el último, por las complicaciones que puedan surgir, y que a partir de ahora vas a presentarlo todo el primer día de plazo o, en su defecto, el primer día que tengas conocimiento, y da igual la dificultad de ello.
Aprendes que ante la duda, imprimes de más; que ante la duda, vas a lo seguro; que ante la duda nunca, jamás, confiarás algo a móviles ni ordenadores ni tabletas ni sedes electrónicas.
Aprendes que hay que elegir bien las batallas que libramos.
Aprendes y dejas ir.
Aprendes.
Y.
Dejas.
Ir.
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