domingo, 27 de octubre de 2019

El corazón, el cuerpo y el fuego


Lo perdí.
Perdí a mi corazón.

Le tapé la boca.
Oía y veía, pero no lograba hablar.

No le dejé.

Dejó de intentarlo.

Enmudeció.

Y se largó.

Al cuerpo le dejé una nota:
"Sé que eres importante,
pero ven por mí más adelante,
que ahora estoy ocupada
y no voy a darte nada".

Perdí la consciencia de él,
pero no se rindió.
Esperó y esperó,
mientras me avisaba.

Tampoco consiguió nada.

Y al final me dio la espalda.



Le puse tantas mantas
a mi fuego,
que lo tapé.

Lo dejé
tan debajo,
tanto,
que lo olvidé.

Igualmente me olvidé de
que yo siempre sentí que mi vida tenía un propósito.

Se me olvidó la suerte que es eso,
que mucha gente no lo ha sentido ni lo sentirá,
y que tengo que estar agradecida.

Se me olvidó que a cada segundo,
tengas un propósito o no,
hay que darle también gracias a la vida.

Se me olvidó que si quito poco a poco las mantas a mi fuego,
si mimo mi cuerpo y retiro la mordaza a mi corazón,
entonces,
estoy yo.

Y que yo, siendo solo yo, soy imparable.

















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