Debemos conseguir hogares seguros e infancias felices
a todas las niñas y niños de este planeta,
pero mientras no podamos alcanzar ese objetivo,
deberemos crear escuelas que sean un refugio,
un lugar que les ayude a repararse,
y que no suponga, de ningún modo,
una tortura, añadida a otras o no.
Debemos proteger con uñas y dientes
a nuestra infancia y adolescencia.
Era nuestra responsabilidad ayer,
lo es ahora y
lo será siempre.
También intentaremos que cualquiera que esté allí
se encuentre a gusto,
excepto si pone en riesgo a otra persona o efecto material
o incurre en la tentativa de hacerlo.
Para todo ello necesitamos
un pacto educativo general;
un sistema donde converjan
lo que se necesita, lo que se desea y lo que se da bien;
agentes educativos (especialmente la docencia)
con una vocación e interés notable
o incluso sobresaliente y, más importante aún,
con amplias capacidades de resolución de conflictos,
detección de problemas y situaciones de riesgo,
y una motivación, sentido de la equidad y empatía
desbordantes.
Y necesitamos una asignatura que englobe
salud mental, gestión emocional,
gestión de conflictos,
mediación
e igualdad.
Al menos,
mientras llegan
los hogares
seguros.
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