Se acabó la temporada
de buscar jaleos y penas,
de acomodarme a ser víctima,
de crearme los problemas.
Se terminó el cuento,
de la infinita cenicienta,
de la sufridora nata,
de la quejicosa eterna.
La realidad que se escapa,
más lábil que sempiterna,
puede doler y ser dura,
pero también puede ser bella.
Siempre hay un tono más claro,
entre todos los grisáceos,
que refleja el sol a veces o,
cuando menos, sus rayos.
Y en esa búsqueda eterna
de controles y de culpas,
olvidamos 'perspectar':
usar otras lentes distintas,
retirarse y verlo todo
con fórmula magistral.
La del tiempo, la del espacio,
la que abstrae del 'qué dirán',
la que se arremanga entera,
y busca la felicidad.
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