Esta noche, justo antes del toque de queda, paseaba a mi perro y se me apagó el teléfono móvil.
Así, de repente, sin avisar.
Por unos minutos, volví a ser libre.
Ese alma libre que observa todo con curiosidad e ilusión,
ese alma libre que hace lo que le da la gana siempre,
ese alma libre que no vive atada a objetos o personas,
ese alma libre que solo percibe el presente.
Ese alma libre felizmente abandonada a la nada,
pero no a una nada triste, harto dependiente y terriblemente ansiosa,
sino a la nada sorprendente, fluida y despojada de cualquier cosa.
Poco antes de meter las llaves en la cerradura del portal,
me convencí de dejar mucho más, progresivamente,
todo lo que me contamina a un ladito,
y permitir, provocar y fomentar
a ese alma libre regresar.
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